Los resultados de las elecciones del 7 de febrero, en los que se abre la sólida posibilidad de que el candidato de Pachacutik-Unidad Popular, Yaku Pérez, pase a una segunda vuelta para enfrentar a Andrés Aráuz, de Unión Por la Esperanza, dibujan un escenario que sintetiza una serie de tensiones al interior del movimiento indígena ecuatoriano. Estos resultados también reflejan la problemática incorporación de las demandas del movimiento indígena por parte de la izquierda progresista, en gran medida por los legados racistas que dificultaron la implementación de diálogos horizontales entre los indígenas y el gobierno de Rafael Correa, pero también por la irrupción de un fenómeno al que llamaré etnicismo neoliberal.
La constitución del movimiento indígena puede sintetizarse desde unos orígenes vinculados a los partidos de izquierda, a las iglesias y a los sindicatos en los años setenta y ochenta del siglo pasado; este proceso vino seguido de una autonomización del movimiento y de la conformación de dos tendencias a su interior: una etnicista, que apuesta por la radicalización de la autonomía del indigenado y otra que intenta mantener su articulación con otros sectores populares y con la izquierda progresista. El movimiento indígena también sintetiza el tránsito de un modernismo tardío, en el que los sindicatos, la lucha de clases y el estado nacional ocupaban un lugar importante en los imaginarios políticos, a unas formas de gobernanza neoliberales donde los sindicatos fueron eliminados y sustituidos por organizaciones no gubernamentales, mientras el paradigma clasista expresado en el sindicalismo y en los partidos fue sustituido por una lógica en las que priman la noción de la “cooperación internacional” y los movimientos sociales. En este tiempo se ha venido consolidando el dominio del neoliberalismo, acompañado del deterioro de los estados nacionales y de una expansiva privatización de la vida social.
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En el Ecuador actual estas tensiones se han decantado en la importante ruptura que se ha dado entre la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador -CONAIE-, más plural y cercana a la izquierda, y el movimiento Pachakutik, brazo político de la CONAIE, que ha sido conquistado por el etnicismo radical, cercano a las tesis neoliberales y posmodernas. El etnicismo neoliberal se robusteció en la oposición a Rafael Correa: utilizando los argumentos de las diferencias étnicas, dirigentes indígenas amazónicos y serranos como Marlon Santi, Lourdes Tibán y el propio Carlos Pérez Guartambel, quien cambió su nombre a Yaku Pérez, lanzaron una campaña contra las regulaciones que intentaron implementarse en el ámbito de la educación intercultural bilingüe, así como contra la minería. Un emblemático caso de utilización de la autonomía étnica contra el estado nacional en el tiempo de Rafael Correa sucedió en 2012, cuando el sector más etnicista dio refugio en la zona de Sarayaku a los opositores al correísmo, Cléver Jimenez, Fernando Villavicencio y Carlos Figueroa, quienes habían demandado a Correa por delitos de lesa humanidad tras los sucesos vinculados al intento de golpe de estado del 30 de septiembre del 2010 y, como respuesta, habían recibido una contra-demanda por calumnia de parte del presidente de la República.
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El ala etnicista del movimiento indígena también ha estado cercana al partido Unidad Popular, antiguo Movimiento Popular Democrático, que se autoidentifica como de izquierda, pero cuya práctica está más ligada a la defensa de intereses corporativos en áreas como la educación o los sindicatos públicos, así como a facciones altamente corporativistas del Partido Socialista. El ala etnicista del movimiento indígena apoyó al gobierno de Moreno y tiene fuertes coincidencias con las nociones de libertad neoliberal, como sucede con las posturas que se oponen a la regulación estatal. Conviene no olvidar que en 2017, en el contexto de las elecciones en las que se enfrentaban Lenin Moreno, como delfín de Rafael Correa, y Guillermo Lasso, candidato del neoliberalismo, Yaku, manifestó su adhesión a Lasso argumentando que era preferible el gobierno de un banquero que una dictadura.
El sector del movimiento indígena más cercano a la izquierda logró una vigorosa presencia nacional al liderar las movilizaciones contra el gobierno de Lenin Moreno y contra el Fondo Monetario Internacional en octubre de 2019. Durante esas jornadas, el movimiento indígena ocupó un lugar protagónico y logró detener, aunque de manera temporal, la implementación de medidas exigidas por el FMI, como la liberalización de los precios de los combustibles que afectaban duramente a los sectores populares. Las figuras más visibles de Octubre fueron Leonidas Iza, dirigente del Movimiento Indígena y Campesino del Cotopaxi MICC, y Jaime Vargas, actual presidente de la CONAIE.
A un día de haber concluido la primera vuelta electoral en el Ecuador surge un intrigante panorama político: mientras todas las predicciones daban por sentado que el candidato Andrés Arauz podría ganar en primera vuelta o que de darse una segunda vuelta sería para enfrentar al candidato neoliberal Guillermo Lasso, los resultados oficiales divulgados por el CNE hablan de una mínima superioridad numérica de Yaku sobre Guillermo Lasso, lo que llevaría al líder de Pachacutik-Unidad Popular a enfrentar a Arauz en una segunda vuelta. Curiosamente, en vez de agitar una bandera que llame a sus seguidores a prepararse para la segunda vuelta, Yaku ha sacado a relucir la bandera del anti correísmo más visceral, hablando de una supuesta conspiración organizada por Correa y Lasso para desconocer su triunfo. Lo más inquietante es que llama a los indígenas a desplazarse a Quito y a organizar un levantamiento cuyo objetivo más claro sería el correísmo. En este contexto, se devela el carácter profundamente retardatario del sector esencialista del indigenismo pues el llamado de Yaku podría crear un escenario de confrontación entre sectores populares del movimiento indígena con los diversos sectores que conforman el correísmo, mientras los neoliberales contemplan gustosos cómo sectores de la izquierda se destruyen entre ellos.
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¿Cómo atenuar el peligro de la división y la confrontación al interior del campo popular? Dada la alta sensibilidad que provocan las etnicidades y los nacionalismos étnicos es indispensable que ambas alas del progresismo, tanto en el movimiento indígena como en el correísmo, asuman las responsabilidades civiles y políticas derivadas de la declaración del estado nacional como intercultural y plurinacional. Del lado del correísmo es indispensable que se reconozca que cualquier gobernabilidad en el Ecuador actual no se puede hacer dejando de lado la participación activa de los sectores populares y del movimiento indígena. Dentro de las propuestas de gobierno del correísmo es indispensable pensar de manera seria en una sociedad post extractivista y profundizar las estrategias de participación igualitaria de los pueblos y nacionalidades en los derechos sociales y políticos nacionales, al tiempo que se reconozca el complejo y rico campo de las diferencias culturales.
De parte del movimiento indígena es indispensable rescatar las tradiciones de lucha y las memorias que se han construido dando igual valor a las demandas específicas y particulares de los pueblos y nacionalidades y a las que se articulan con el destino de la nación. La gran urgencia que se plantea luego de los efectos que ha producido esta primera vuelta es la de revisar de manera seria y meditada la politización de las identidades. De no hacerlo, corremos el gran riesgo de repetir en América Latina trágicas experiencias de fracturas de las comunidades políticas nacionales como las que se dieron en la antigua Yugoslavia o en el África post colonial.
*José Antonio Figueroa es Ph.D en Antropología Social y Estudios Culturales Latinoamericanos, y Profesor e Investigador de la Facultad de Artes de la Universidad Central de Ecuador.
**Este artículo fue publicado en la página del IECCS.
Edición: Vivian Fernandes