La operación Lava Jato paralizó obras en todo Brasil, causó desempleo y contribuyó a la desindustrialización del país. Si los gobiernos del PT [Partido de los Trabajadores] esbozaron alguna tentativa de superar el desmantelamiento de la economía nacional promovido en los años 1990, ese proyecto fue aguas abajo en los últimos dos años.
En entrevista con Brasil de Fato Paraná, el economista Luiz Gonzaga Belluzzo presenta un escenario de desorientación y falta de perspectivas en el campo económico. El golpe de 2016 representó un retroceso, y las reformas que están por venir no deben mejorar ese escenario. "Es como si el motor del carro comenzase a dañarse en medio de la carretera, y el conductor quisiese arreglar la carrocería", ironiza.
Profesor de Economía de la Universidad Estatal de Campinas (UNICAMP), Belluzzo también tiene formación en Derecho por la Universidad de São Paulo (USP) y forma parte del consejo deliberativo del Centro Internacional Celso Furtado de Políticas para el Desarrollo.
A continuación los mejores momentos de la entrevista:
Brasil de Fato: La fuerza tarea de la operación Lava Jato trabaja con la posibilidad de recuperar US$ 12,1 mil millones en acuerdos con personas físicas y jurídicas. ¿Ese valor es suficiente para reparar los daños a las arcas públicas?
Luiz Gonzaga Belluzzo: Ese valor no llega ni cerca del perjuicio causado a la industria y a la economía brasileña. Si usted fuera a balancear los efectos sobre las cadenas productivas, que fueron afectadas por las decisiones de las [operaciones] Lava Jato y Carne Débil, los US$ 29 mil millones son una cosa ridícula. Cinco a siete millones de desempleados fueron producidos por esas acciones, además de la recesión y de la entrega del Pre sal.
Otro efecto de esos movimientos, como la Lava Jato, es que se concentra toda la atención de la sociedad en la cuestión de la corrupción, que es algo realmente importante. Pero, como dijo el Papa Francisco, no vamos conseguir extirpar la corrupción de una sociedad cuyo mayor valor es el dinero. Es preciso confinarla, controlarla.
La relación entre empresas gigantes y el Estado exige una vigilancia muy grande. Es preciso "cercar al bicho", sabiendo que no hay como matar al bicho. Tratar a la corrupción como el único problema de la sociedad es un problema.
En el caso específico de la Lava Jato, ¿el Poder Judicial no podría haber evitado los perjuicios que fueron causados con la suspensión de los contratos de la Petrobras?
Los individuos, especializados en sus funciones, no son capaces de comprender los efectos o las consecuencias de sus actos. Ese es un fenómeno muy común en la sociedad contemporánea.
Los jueces y fiscales están practicando, digamos, de buena fé y con buenas intenciones, una serie de acciones que están produciendo efectos muy negativos en la vida de otras personas.
Yo no puedo suponer que ellos están haciendo eso de mala fe, ni en la Lava Jato ni en la Carne Débil. Pero eso es muy parecido con las propuestas del mercado financiero y de sus portavoces, la prensa, que reclamaron un ajuste fiscal a toda costa.
Las dos iniciativas son muy parecidas. La economía venía desacelerándose, pero con resultados aún bastante razonables en términos de déficit público y de comportamiento de la deuda pública, que es lo que los preocupa, de hecho: la deuda pública estaba en 53% del PIB [Producto Interno Bruto].
En el caso del mercado financiero, yo no diría que las intenciones son tan buenas. Los intereses de ellos pesan más que sus intenciones.
O sea, ¿la Lava Jato converge con los intereses del mercado financiero, pero no está necesariamente orientada por ellos?
Ella no está orientada por el mercado financiero. Pero esa manera de pensar, de analizar, en los dos casos está orientada por abstracciones que no toman en cuenta como el mundo concreto funciona. La economía se volvió eso. Hoy en día, lo que hay son elucubraciones, no hay observaciones.
Tanto en el Poder Judicial como entre los economistas, nosotros tenemos personas que no saben nada de lo que está siendo discutido en otras áreas. Eso es verdad para los dos campos. Pero no es exactamente una cuestión individual: es el tipo de formación que se está dando a los profesionales, especializándolos demasiado, y a veces de manera ridícula. No se puede sustraer la economía de los condicionantes sociales y políticos en los que está metida, así como el Derecho.
Si usted mira el currículo de los jueces y fiscales, todos ellos tuvieron algún paso por escuelas de los Estados Unidos. Y muchos economistas también. Yo conozco personas que fueron a estudiar en Alemania, en Francia, y el nivel es diferente.
El pensar compartimentalizado tiene relación con la escuela americana. La filósofa [estadounidense] Martha Nussbaum hace una crítica muy profunda respecto a la degradación de la educación en los Estados Unidos. Y no es solo ella. El universitario americano está comenzando a resentirse por eso. Y la excesiva especialización también ocurre en Brasil.
Los medios de comunicación, que podrían ofrecer un análisis más amplio de las repercusiones de la Lava Jato, tampoco cumplen ese papel.
Todas esas circunstancias, todas esas condiciones deben ser tomadas en cuenta para se hacer una evaluación de lo que se está haciendo aquí. Y quien adopta los parámetros de la prensa brasileña queda sometido a criterios de observación de la realidad que son absolutamente impropios.
Todo fue transformado en una disputa entre el bien y el mal. Eso es muy malo, porque el mundo moderno no se compadece de esas separaciones y oposiciones. Tanto no se compadece que incluso el Papa ha procurado hacer un contrapunto. El dice que nosotros no podemos pretender ser perfectos: nosotros tenemos que mejorar. Y se nota en las manifestaciones de los fiscales de Curitiba que ellos imaginan que pueden, a través de una truculencia moral, mejorar el mundo.
No es condenable querer mejorar el mundo. Al contrario, es una cosa justa y buena. La cuestión es que, para hacer eso, es preciso tomar en cuenta el ambiente en que se opera.
De vuelta a los efectos económicos de la Lava Jato, yo invierto aquella frase “no hay mal que por bien no venga”, y digo “hay bienes que vienen para el mal”. Eso no es una ironía: es una constatación.
Si usted no tiene paciencia para comprender los efectos de sus acciones, usted va a ciertamente provocar un mal.
Además de profundizar el déficit en la Petrobras, la Lava Jato paralizó emprendimientos y quebró empresas privadas, acusadas de corrupción. ¿El señor analiza esos dos efectos separadamente, o ellos son parte de un mismo proceso de desmonte de la economía?
El proceso es el mismo. Brasil, después de la crisis de la deuda externa, por razones comprensibles, sociológicas y culturales, ingresó en otra etapa del capitalismo. Esa etapa es conocida como período neoliberal y dura hasta ahora, a pesar de los fracasos que produjo.
Ese fue un divisor de aguas. Brasil venía estructurando su industria desde los años 1930, y después en la posguerra, con Getúlio [Vargas] y Juscelino [Kubitschek], y una pequeña interrupción entre 1961 y 1963. Los militares [a partir de 1964] recuperaron el proyecto de industrialización, mantuvieron el arreglo productivo institucional entre crédito dirigido, bancos públicos, empresas estatales y articulación con el sector privado. Y el “milagro brasileño” se apoyó en eso, hasta la llegada de [Ernesto] Geisel, que cometió el pecado del endeudamiento externo.
Y después de la llamada “década perdida”, de varias tentativas de estabilización, vimos una interpretación simplificada e ideológica del período hiperinflacionario. Se vendió la idea de que era preciso abrir la economía, sin ningún cuidado, mantener la empresa brasileña letárgica a la competencia para ganar musculatura, y disminuir el papel del Estado. Parecía obvio que nosotros necesitábamos privatizar todo.
Lo esencial es que el gobierno tucano [sobrenombre de los integrantes del Partido de la Social Democracia Brasilera - PSDB], de Fernando Henrique Cardoso, desarticuló el arreglo anterior y promovió la destrucción de la industria brasileña. Si, al final de los años 80, la industria tenía casi 25% de participación en el PIB, hoy tiene 9%. Y eso no fue revertido en el período subsecuente, con Lula.
El señor parece considerar los gobiernos del PT como parte del período neoliberal, que comenzó en los años 1980. ¿Hubo tentativas, por lo menos, de retomar el proyecto de industrialización del país en los gobiernos Lula y Dilma Rousseff?
Cuando digo que los gobiernos del PT hacen parte del período neoliberal es porque no tocaron cuestiones fundamentales. Tuvimos un movimiento de expansión de la economía, por cuenta de un ciclo de consumo mundial que involucraba el ciclo de commodities, y eso Lula lo hizo muy bien. O sea, “empujar” a la gente de abajo hacia arriba. Los programas sociales mejoraron mucho la vida de las personas.
Pero, en términos de industria, hubo cierta duda. Es claro que el no contaba más con aquella articulación de los períodos anteriores. Era preciso reconstruir todo aquello. Sea como sea, el Pre sal fue concebido para hacer ese papel, con el llamado “contenido nacional”.
¿Por qué China, con todas las salvedades necesarias, consiguió altos índices de crecimiento económico, y Brasil no?
China hizo exactamente lo contrario de lo que Brasil hizo, al inicio del período neoliberal. China deflagró el ciclo de commodities, en una relación simbiótica con los Estados Unidos, y avanzó con mucha velocidad en todos los sectores industriales, usando bancos públicos, empresas públicas y articulación con el sector privado. Fue así que ellos construyeron la mayor red de metros del mundo, a partir de los años 1990.
Son las empresas estatales chinas las que definen la relación que van mantener con el sector privado. Lo que aconteció con la Petrobras, de cierta forma, es que se invirtió la relación: las empresas privadas comenzaron a determinar las políticas de la Petrobras. Con el neoliberalismo, hubo una tremenda invasión de lo privado sobre lo público.
Nosotros acostumbrábamos a decir, antes del neoliberalismo, que Brasil era un país que tenía esa gana de construir. Teníamos un empresariado que era apoyado por el Estado, muchos de ellos hasta creados por el Estado, que tenía un compromiso con sus empresas y con el desarrollo nacional. Nosotros conseguimos desmontar todo eso, mientras que los chinos estaban montando. Y nuestra economía quedó estancada.
No vamos a engañarnos. La tasa media de crecimiento, hasta los años 80, era de 7% al año. En el período Fernando Henrique, cayó a 2,3%. En el período Lula, hubo una curva pronunciada en función del choque positivo internacional, pero después la cosa volvió al nivel normal, por causa de ese patrón histórico de destrucción de la industria.
¿Y que se puede esperar de las reformas laboral y de las pensiones, frente a la necesidad de recuperación económica del país?
La reforma laboral y la reforma de las pensiones no tienen nada que ver con lo que va a suceder en los mercados de trabajo de aquí en adelante. Es como si el motor del carro comenzase a fallar en medio de la carretera, y el conductor quisiese arreglar la carrocería. ¿Usted entiende? Falló el motor, arregla la carrocería. Eso es una payasada! Es claro que la economía va a tener suspiros, pero siempre funcionando allá abajo, porque no tiene dinamismo. Basta mirar los últimos veinte años.
Alemania está desarrollando su programa de industria 4.0, China y Estados Unidos también, con menos eficacia, y nosotros aquí ¿estamos haciendo qué? No existe ni la suposición de que nosotros vamos a hacer algo parecido.
Estamos, cada vez más, caminando hacia una economía de quinta clase. Siento mucho, y estoy preocupado. La economía brasileña no solo está estancada, sino que no hay ninguna propuesta de cambio estructural.
¿Cuál es el cambio estructural necesario para Brasil en este momento, desde el punto de vista económico e industrial?
El cambio pasa por el fortalecimiento del Estado. No se puede esperar, a no ser a través de la iniciativa clara del sector público, que haya inversiones en tecnología e innovación, para desarrollar el país. La economista italiana Mariana Mazzucato demuestra que el sistema de innovación exige un aporte muy grande de recursos, tanto humanos cuanto financieros. Porque la innovación tiene un riesgo muy grande, y el Estado tiene que mitigar ese riesgo.
El iPad, por ejemplo, se originó de una inversión de la industria bélica y espacial americana. Después es que entró Steve Jobs, al final del proceso.
Yo no estoy queriendo minimizar, al contrario, estoy exaltando el papel del empresario. Sólo que, hoy en día, objetivamente, la articulación es esa.
Edición: Ednubia Ghisi | Traducción: Pilar Troya