Después de la concesión de la Base de Alcántara (MA) y del fin de la exigencia de visado para turistas de los EE. UU., Jair Bolsonaro (PSL) visitó Donald Trump este martes (19) y prometió que Brasil apoyará nuevas acciones contra el presidente Nicolás Maduro en Venezuela e importará una cuota de trigo estadounidense sin tarifas aduaneras. A cambio, Trump dio una vaga señal de apoyo al ingreso de Brasil en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) – además de una camiseta de la selección estadounidense de fútbol.
Ni la posibilidad de entrar en el grupo de los países más ricos del mundo – lo que, según la visión de Planalto, atraería inversión extranjera– compensó el viaje. Esa es la interpretación de Gilberto Maringoni, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Federal de ABC (UFABC), que define la visita de Bolsonaro como un “fiasco”.
Maringoni recuerda que los propios EE. UU. exigen que Brasil deje de lado las prerrogativas que tiene como parte de los países en desarrollo en la Organización Mundial de Comercio (OMC) para luchar por un lugar en la OCDE – que reúne a países considerados desarrollados que aceptan los principios de la democracia representativa y de la economía de mercado. Con tales prerrogativas, Brasil podría defender, por ejemplo, políticas de protección a sectores productivos nacionales.
Comprenda el caso
Brasil es miembro de la OMC desde 1995 y forma parte de la lista de países con tratamiento especial y diferenciado, es decir, tiene ventajas por ser un país emergente, o en desarrollo. Estados Unidos, por otro lado, está contra esa diferenciación, y tenía como demanda la salida de Brasil de esa lista.
Mediación comprometida
Para Maringoni, también llama la atención la retórica de Bolsonaro con relación a la posibilidad de una intervención armada en Venezuela. "Venezuela no puede continuar como se encuentra. Ese pueblo tiene que ser liberado y contamos con el apoyo de los EE. UU. para que ese objetivo sea alcanzado", dijo el presidente brasileño, citando el poder económico y bélico estadounidense.
Según el investigador, tal posición debilita la política exterior brasileña, basada en el principio de resolución pacífica de conflictos y en la no intervención en asuntos internos. En consecuencia, compromete la posición de Brasil como polo mediador en América del Sur.
"El regresa con las manos vacías. Con Brasil tomando parte en el conflicto venezolano, en favor de la oposición de Juan Guaidó, pierde la condición de mediar no sólo con Venezuela. Pierde la condición de mediador en cualquier situación, porque rompe con el segundo paradigma de Rio Branco: la no intervención en asuntos internos", explica.
Maringoni afirma que ni los gobiernos de Dutra, Castello Branco y Fernando Henrique Cardoso, conocidos por su proximidad con los EE. UU., adhirieron a las políticas de la Casa Blanca en un nivel comparable al de Bolsonaro.
La opinión es compartida por el sociólogo Marcelo Zero, especialista en política externa. Según el, los EE. UU. tienen interés en debilitar los gobiernos de países como Rusia, China, Irán y Venezuela, pero no corresponden a los objetivos concretos de Brasil como nación.
"Eso no tiene nada que ver con los intereses objetivos de Brasil. Nosotros estamos, en función de esa nueva orientación hiper ideologizada de la política externa, aliándonos con una fuerza política bastante belicosa, que es el 'trumpismo'. Decidimos tomar partido por uno de los lados en conflicto, y con eso nos descalificamos como mediadores", añade.
Como recuerda Maringoni, la política exterior de Bolsonaro remite a los años de "entreguismo" de la dictadura militar, sintetizados en la frase clásica de Juracy Magalhães, embajador brasileño en Washington en 1964: “Lo que es bueno para los EE. UU. es bueno para Brasil”. O sea, el país se muestra dispuesto a ceder a los intereses de la Casa Blanca incluso sin contrapartidas directas.
Edición: Daniel Giovanaz | Traducción: Pilar Troya