La campaña presidencial de este año expone políticas antagónicas para Brasil. Tal polarización, de hecho, divide al país, pero la mayoría del electorado no parece tan dividido. Las mujeres, que representan el 53% del universo de votantes, se oponen mayoritariamente a las políticas del actual presidente y candidato a reelección, Jair Bolsonaro (PL).
Según la última encuesta de Datafolha, divulgada el jueves 1, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (PT) reúne el 48% de las intenciones de voto en este segmento, mientras que Jair Bolsonaro suma el 29% de preferencia por el voto femenino.
Para la politóloga Flávia Biroli, profesora de la Universidad de Brasilia (UnB), además de los episodios misóginos de Bolsonaro, el hecho de que las mujeres estén al frente de los hogares con mayores dificultades financieras, directamente afectadas por la crisis económica y social del país, puede ser un componente que determine el rechazo al actual presidente.
Vea extractos de la entrevista:
Brasil de Fato: Casi desde 1520 los hombres pueden votar en Brasil. En 1824 tuvimos las primeras elecciones nacionales, para definir una Asamblea, pero las mujeres votaron recién en 1932, hace apenas noventa años. Hoy, las mujeres constituyen el 53% del electorado brasileño. ¿Serán estos votos decisivos para el país en las elecciones de 2022?
Flavia Biroli: Bueno, es excelente que podamos hablar de eso. Primero, voy a decir algo que puede ser incluso un lugar común para quienes trabajan con la participación política de las mujeres, pero no siempre es así como aparece en las discusiones. Las mujeres somos mayoría, no minoría.
Es muy común que, al hablar de la participación política de las mujeres, se refieran a ellas como una minoría. Son la mayoría en cuanto a demografía, población... Son la mayoría del electorado. Es interesante notar que también son casi la mitad de las personas afiliadas a partidos políticos en Brasil. Según datos del Tribunal Superior Electoral (TSE), alrededor del 47% de estas personas son mujeres.
Pero cuando miramos la política en Brasil, vemos qué participación ocurre cuando se definen las candidaturas, vemos quiénes son los elegidos y allí la cantidad de mujeres es mucho menor que la participación como electoras y su porcentaje en la demografía brasileña.
Entonces, es muy interesante que en una elección como la que tenemos ahora en 2022, en cierto modo, es como si los candidatos hubieran descubierto a las mujeres. Por dos razones. Uno es el más obvio. No son minoría y no son minoría ni demográficamente ni en el electorado, entonces ellas pesan en los resultados electorales.
Pero la otra es que desde 2018 viene estableciéndose una brecha de género en el voto. No teníamos esto en las elecciones anteriores. Esto significa que lo que explicaba el voto, como factor de ponderación, no era si se trataba de votantes mujeres o votantes hombres. También lo venimos viendo, desde 2018, en las encuestas de aprobación del gobierno de Jair Bolsonaro.
Las mujeres vienen mostrando un perfil de voto diferente al de los hombres en todos los segmentos. Muy brevemente, las mujeres rechazan a Jair Bolsonaro en tasas más altas que los hombres en diferentes circunscripciones.
Quería entrar en uno de los temas que usted planteó. Muchas personas argumentaron que Bolsonaro llegó al poder como resultado de una reacción conservadora de la sociedad a las agendas de género, raza y diversidad que cobraban fuerza en ese momento. Y el rechazo a estas agendas se ha convertido en una señal de identidad del gobierno. ¿La tendencia es que esta intensificación persista durante mucho tiempo?
Esta pregunta es fundamental por varias razones. Podemos entender al electorado brasileño como receptivo a las ideas conservadoras.
Entonces, por supuesto, movilizar estas ideas conservadoras puede tener un efecto positivo en parte de este electorado. Pero por otro lado, creo que es importante entender que esto no es algo estanco. No es que el electorado opere siempre con las mismas percepciones y los mismos valores en relación a, por ejemplo, las uniones del mismo sexo, el derecho al aborto, temas que hoy se han normalizado tanto como el divorcio.
Este electorado ya ha pensado de diferentes maneras, incluso cuando pensamos en el electorado católico o más específicamente en el electorado evangélico a lo largo del tiempo. Entonces, me gustaría señalar lo siguiente: las disputas relacionadas con los derechos que tienen que ver con la forma en que las personas viven su sexualidad, su capacidad reproductiva, estas disputas están ahí y no terminarán mañana ni pasado.
Principalmente porque vivimos en sociedades en procesos de transformación muy acelerados. Siempre me gusta dar un ejemplo: en la década de 1960 pasamos de una tasa de natalidad promedio para las mujeres brasileñas de siete a seis. Luego pasamos a cinco hijos por mujer.
Hoy, Brasil es uno de los países de América Latina donde esta tasa de natalidad está por debajo de la llamada tasa de reposición, por debajo de dos, alrededor de 1,6. Entonces eso significa muchos cambios en la vida diaria de las personas. Y estas reacciones tienen que ver con reacciones a estas transformaciones.
Pero precisamente porque los cambios están en marcha, son parte de la realidad de las personas, es que tenemos que comprender que no siempre es la misma cosa, ni siquiera entre los electores conservadores. Y los debates electorales también nos sirven para poder problematizar estos temas que mencioné, por ejemplo, los derechos reproductivos, el aborto.
Hay que hablar de eso en momentos electorales, porque son momentos en los que se puede aclarar, politizar. Hay una pedagogía política, y el riesgo es asumir que, porque el conservadurismo está ahí, es que las reacciones conservadoras son relevantes en este momento. Siempre tenemos estos temas como un riesgo político.
Y terminamos teniendo períodos electorales como períodos que funcionan como una especie de pedagogía conservadora, en lugar de una pedagogía en el sentido de politización desde una perspectiva de derechos, desde una perspectiva emancipatoria.
El propio expresidente Lula incluso planteó el tema del aborto al inicio de la campaña, como una especie de termómetro de cómo sería el período, pero pronto se retractó. Algunos medios también criticaron el discurso, diciendo que no era el momento ni el lugar. ¿Cómo manejar esta agenda conservadora, especialmente en este período electoral?
Tenemos una situación muy difícil porque la activación de esta agenda por parte de la derecha y la extrema derecha en Brasil se hace de manera espectacularizada y de una manera que pretende estigmatizar más que informar sobre lo que de hecho implican estas agendas, como por ejemplo la agenda el derecho al aborto.
Para candidatos de centro, centro izquierda, izquierda, candidaturas comprometidas con los derechos de las mujeres, por ejemplo, con los derechos LGBTQIA+, incluso con los derechos de la población negra en Brasil… como esta reacción conservadora también pasa por un rechazo de los fundamentos de las agendas de derechos humanos, incluyendo hasta la agenda de igualdad racial… como esta activación es muy espectacular, a veces violenta, es muy común que estos candidatos tiendan a recular, para evitar estos temas.
Pero la verdad, yo me pregunto si no hay algo ahí de lo que todavía entendemos poco y que los candidatos de izquierda no logran potenciar. Necesitamos preguntarnos por qué las mujeres votan menos por Bolsonaro que los hombres. ¿Por qué los hombres y mujeres jóvenes muestran un rechazo mucho mayor a Jair Bolsonaro que los segmentos mayores del electorado?
¿Será que no es justamente porque entre estos grupos de electorado tienen una visión de que este tipo de activación muy violenta del neoconservadurismo, un ataque a los cimientos de las agendas de derechos humanos, que son un problema? ¿Será que estos grupos no están dando un mensaje, incluso a la propia izquierda?
Porque me parece que puede estar mal reducir estos alineamientos o desalineamientos sólo al tema económico. De hecho, acá hay una cuestión: ¿cómo la candidatura de Lula, por ejemplo, trató de lidiar con los ataques que pasan por las llamadas agendas morales, que, en realidad, son agendas de derechos?
“Bueno, juguemos con la agenda económica. Dejemos esa agenda atrás”. Y al parecer, esto no es posible y no lo será. Porque la derecha y la extrema derecha han activado estas agendas. Entonces, ¿no sería más adecuado desarrollar lenguajes, posibilidades de discusión, que activen precisamente a segmentos muy amplios del electorado, que entienden, por ejemplo, los derechos LGBT, los derechos de las mujeres, el propio derecho al aborto, como algo que puede y sí debe ser parte de la vida en nuestra sociedad?
Creo que todavía tenemos una dinámica que hace mayoritarias algunas actitudes, sin que necesariamente lo sean, y que poco tiene en cuenta el cambio y los mensajes que vienen del propio electorado. Con eso, no estoy rechazando la idea de que la agenda económica es central. Pero sí diciendo que no define alineaciones de forma aislada.
Y que el rechazo de las mujeres a Bolsonaro, incluso entre los evangélicos, que está a diez puntos de distancia entre mujeres y hombres, puede estar diciéndonos algo. ¿Qué será? ¿Es un rechazo a la forma violenta que toma la masculinidad bolsonarista? ¿Un rechazo al hecho de que se hace poco caso a las agendas de derechos que tocan su cotidiano?
Como mencionó usted, Flávia, Lula tiene una ventaja significativa sobre el electorado femenino, no solo del electorado evangélico, sino también del electorado en general. En la última encuesta, la diferencia fue de 46% a 27%, una ventaja considerable, que ya ha sido mayor y ha disminuido en encuestas recientes. ¿El Auxílio Brasil, que generalmente es recibido por las mujeres, influyó en ese cambio?
Tenemos, como usted dice, una reducción de esta brecha en relación a encuestas anteriores, alrededor de 20 puntos porcentuales de diferencia entre la intención de voto de hombres y mujeres por Jair Bolsonaro.
Y es interesante observar, como decía, que incluso en el electorado evangélico, que es aquel en el que las intenciones de voto por Jair Bolsonaro se presentan de manera más alta en términos de segmentos, hay una diferencia de unos 10 puntos entre el electorado femenino y el electorado masculino, que siempre está más alineado con la candidatura de Jair Bolsonaro.
Bolsa Familia antes, Auxílio Brasil ahora; las beneficiarias son, en mayor medida, mujeres. Tenemos una situación, en los últimos años, de mucha precarización asociada, por ejemplo, a los hogares encabezados por mujeres. El empleo de las mujeres es más precarizado y, en términos socioeconómicos, sus hogares, de los que son las principales proveedoras, están más empobrecidos.
Entonces, está claro que estas mujeres son impactadas muy directamente por las políticas sociales que permiten, o amplían el aporte para solventar las necesidades básicas de su cotidiano. A pesar de esto, nos damos cuenta de que sigue existiendo una diferencia muy significativa entre mujeres y hombres. Tenemos que preguntarnos: “¿por qué?”.
Primero, para responder a tu pregunta, sí. Las políticas sociales direccionadas, de transferencia de ingresos, pueden impactar en la percepción que tienen las mujeres sobre el contexto en el que viven, sobre el gobierno nacional y, en este caso, sobre un presidente que es candidato a la reelección. Pero las mujeres también son las más afectadas por una serie de procesos recientes.
Incluso antes del Covid-19, tenemos motivos para entender que los cambios en la legislación laboral, que retraen derechos, han perjudicado más a las mujeres que a los hombres. El empleo de las mujeres se ha vuelto aún más precario que el de los hombres, y las mujeres se han encontrado en una condición de mayor dificultad para conciliar el trabajo y el cuidado, que es predominantemente responsabilidad de las mujeres, dada la división sexual del trabajo.
Tenemos datos de la PNAD [Encuesta Nacional por Muestreo de Hogares], del IBGE [Instituto Brasileño de Geografía y Estadística], que muestran esto en Brasil y esto pasa también en buena parte de los países del mundo. Entonces las mujeres vienen sintiendo los retrocesos de derechos y el retroceso en las políticas sociales que las afectan directamente, porque pertenecen a este universo de cuidado.
Menos recursos para guarderías, menos recursos para colegios, menos recursos para hospitales, todo esto afecta a las mujeres. Y llega el covid. Si bien un porcentaje importante de mujeres en situación de vulnerabilidad fueron receptoras de ayudas, durante el periodo del covid, son estas mujeres las que tuvieron a sus hijos en casa con las escuelas cerradas por más tiempo que en la mayoría de los países, sin una respuesta adecuada por parte del gobierno federal, ni que hablar respecto a las condiciones sanitarias, para mantener su salud en un período de tragedia tan extendida como fue la brasileña.
Considerando el hecho de que son ellas quienes se responsabilizaron por los niños, particularmente durante el período en que las escuelas estaban cerradas, el Ministerio de Educación asumió poca responsabilidad por la situación. Si miramos los datos y vemos quiénes eran las mujeres que más dificultad tenían para buscar trabajo, vemos que eran las mujeres negras.
Si comparamos mujeres y hombres, las mujeres en relación con los hombres, incluidas las mujeres blancas, tuvieron mayores dificultades para buscar trabajo durante este período. ¿Por qué? Por este contexto del que estaba hablando. Entonces, las elecciones ahora hacen eco de diferentes capas de esa complejidad.
Por un lado, la falta de responsabilidad del gobierno sobre las condiciones en las que las mujeres pueden trabajar al mismo tiempo que mantienen su responsabilidad, primordial en nuestra sociedad, por el cuidado.
Hay un dato interesante. Son 217 listas de los gobiernos de los estados en Brasil y solo 37 tienen mujeres al mando. Otras 85 se postulan como vice en estas listas del gobierno de los estados...
Hay otro dato que es el siguiente: en 2020 tuvimos un crecimiento que llamó la atención en el número de candidaturas de mujeres a vicealcaldesa, que fue mayor al crecimiento de las candidaturas a concejalas, y obviamente a alcaldesas. Y luego tratamos de entender lo que estaba pasando.
Hay algo que han hecho los partidos para responder a la decisión de 2018 del Supremo Tribunal Federal, acompañada de una resolución del TSE, que determina un mínimo del 30% del fondo electoral partidario destinado a candidaturas de mujeres. Los partidos han respondido a esta legislación utilizando recursos en listas que tienen mujeres como vicepresidentas.
Esta es otra conversación, podemos hablar más al respecto en otro momento, pero a mi entender, esto significa que hay una falta de regulación y que las partes están usando un vacío legal. Una explicación para esto es que los partidos buscaron feminizar a los candidatos masculinos, recurriendo a las mujeres como vices o activando esposas, compañeras en el proceso electoral, para establecer una conexión con el electorado femenino.
Janja [esposa de Lula da Silva] ha jugado ese papel, pero me parece que en el caso de la candidatura de Lula también hay toda una imagen que viene siendo proyectada por el expresidente, que es de alguien muy enfocado en lo constructivo, hacia vínculos afectivos positivos.
Y en el caso de la candidatura a la reelección del actual presidente Jair Bolsonaro, tenemos, por amplias razones, si miramos su gobierno, que es un político de espaldas a las mujeres, a los derechos de las mujeres, que asume posturas machistas, misóginas.
Entonces hay una activación de Michelle Bolsonaro para buscar feminizar esa imagen que no solo es masculina, sino misógina, y la búsqueda de conexión con el electorado evangélico, con las mujeres evangélicas, eso es muy claro y ha sido analizado por varias colegas. Ella asume una imagen, una forma de hablar, un lenguaje que tiene el target adecuado. Ese target es el conjunto de las mujeres evangélicas.
Quisiera traer aquí dos datos que recopilé. El número de mujeres candidatas en estas elecciones es un récord. Según el TSE, hay 9.415 registros, o el 33% de las candidaturas. Por otro lado, una encuesta realizada recientemente por el PSOL apunta a 34 casos de violencia contra parlamentarios del partido. De estos casos, 29 estaban dirigidos a mujeres y mujeres trans. O sea, las mujeres han entrado más a la política, pero también han sido cada vez más víctimas de la violencia, ¿no?
Esto es algo fundamental para que lo discutamos. Necesitamos poner esto como una meta. Las mujeres no pueden, por participar en política, tener como costo la tremenda violencia que han sufrido. La violencia política de género es algo que se viene dando en diferentes partes del mundo, como reacción a la mayor participación de las mujeres en la política y también a la presión de las mujeres por una mayor participación.
Y Brasil es uno de los países del mundo con las tasas más bajas de representación política de la mujer en los parlamentos y también en los puestos ejecutivos tenemos una representación muy baja. Pero hay una fuerte presión por la participación y ha habido un aumento en nuestra legislación de cupos a lo largo de los años.
Las recientes decisiones que fijan mínimos de financiación en el caso de las mujeres, y la equiparación de la financiación en el caso de las personas negras, han revelado una reacción muy fuerte, muy violenta. Es una acción para mantener el dominio masculino en la política, que busca desalentar y desalentar a las mujeres, incluidas las que ya son políticas, a continuar, a recandidatearse, a ser reelegidas.
Pero también tenemos que observar -y esto aún nos falta investigar más- los patrones que asume esta violencia en un contexto de auge de la extrema derecha en el país. A mi entender, esta violencia ha afectado preferencialmente a mujeres con ciertas características: mujeres activistas, mujeres negras, mujeres trans, porque son vistas como doble, triplemente desviadas.
Son mujeres en política, desafían el estatus quo, son activistas que cuestionan el racismo y la violencia en los territorios –pensemos en Marielle Franco– y desafían, en el caso de las mujeres trans, el binarismo sexual y la heteronormatividad.
Tenemos, en efecto, que observar la violencia política de género como un problema para la democracia y los patrones que asume la violencia política de género en un contexto en el que la extrema derecha ha sido, de hecho, quien orquesta las gramáticas que asume esta violencia.
Edición: Thalita Pires e Flávia Chacon