La primera vez que los sueños de María Helena da Silva, de 41 años, volaron alto, fue en la adolescencia. Apasionada por el fútbol, integró las categorías de base del CSA [Centro Sportivo Alagoano], equipo tradicional de su tierra, Alagoas, estado del nordeste del país, gracias a los propios esfuerzos: para garantizar el apoyo financiero para su permanencia en el deporte, se ofreció a cuidar del hijo de la patrona de su padre, productor rural. El esfuerzo rindió frutos: su talento rindió patrocinios y llamó la atención de un reclutador del Fluminense, que la invitó a Rio de Janeiro a jugar con el equipo. "Lo que yo quería era vestir la camiseta de la Selección Brasileña, yo tenía esa visión hacia adelante. Ese era un camino, ¿no es cierto?", cuenta.
Desgraciadamente, no pudo ser. "Mi padre decía que yo iba mujer e iba volver lesbiana, que iba ser influenciada, que las personas iban a hablar. Yo le decía: 'papá, yo soy yo, mi interés es el juego', pero no sirvió, su visión era otra, me sacó del juego", recuerda.
La desilusión precoz marcó el inicio de una vida profesional ecléctica: en desafío –"Ah, decidí ser independiente, creo que fue eso mismo. Rebeldía, desafío incluso"– a los prejuicios en su comunidad, se dedicó a diversas profesiones consideradas "masculinas". Helena fue albañil, metalmecánica, técnica de laboratorio, guardia de seguridad, bombera civil y dueña de restaurante. Pero donde depositó un nuevo sueño fue en la profesión de metalmecánica.
"Aprendí en un taller de mi ciudad, trabajé por tres meses. Primero, producía basureros, y recibía 20 reales por cada uno. Cuando comencé a entregar cinco por día, el dueño del taller dijo que no iba a tener como pagarme. Entonces comencé a hacer portones, pero él decidió despedirme, para que no fuera competencia", dice.
Su objetivo era aprender la profesión para tener su propia metalmecánica, pero no para competir con el entonces patrón. "Hay espacio para todo el mundo, ¿no es cierto?". Ella consiguió abrir su propio negocio, pero no encontró felicidad duradera: la amistad con el metalmecánico que le enseñó la profesión se volvió realmente una relación de competencia, centrada en el dinero, y acabó. "Le pasaba lo que no alcanzaba a hacer, pero él me reclamaba como si yo estuviera subordinada a el", protesta.
"Siempre me sentí enojada con quien cree que la mujer tiene que estar tras del fogón, que no nos dan oportunidades, creando dificultades donde no hay, siempre para rebajarnos a nosotras las mujeres. Si usted es reportero y yo soy reportera, tenemos que ganar igual, no tiene eso ahí", explica. "No me sentía un ser humano, yo aún no sabía que era porque ese es el sistema de la burguesía, esa comprensión vino cuando entré al movimiento, pero es algo que me dejaba furiosa".
Hoy, Helena participa de su primera marcha con el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), como integrante de la columna Ligas Campesinas. Ella vive en el campamento Rosa Luxemburgo, en Barra do Santo Antonio, y lucha para transformarlo en asentamiento. Mientras participa del acto político que exige la libertad del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, sus compañeros encaran un desalojo por orden judicial, pero eso no altera su determinación. "Ellos nos pueden sacar, pero nada dice que no vamos a volver, ¿no es cierto?"
"El movimiento me presentó una forma de vivir colectiva, en la que todos cooperan y comparten lo que tienen. Eso es lo que siempre quise, incluso aunque no lo supiera. Si yo estaba enojada, era a veces hasta violenta, es porque no quería vivir en aquel individualismo, en el que cada uno sólo quiere saber de sí, de aprovecharse del otro", afirma. "En el movimiento, si usted tiene un jarro de café, usted lo comparte con todo el mundo y todo el mundo bebe un trago. Es así como tiene que ser".
Uno de los momentos que vivió con el MST que más la marcó fue ayudar a distribuir toneladas de alimentos agroecológicos a las comunidades pobres de su estado. "Las personas pedían hasta las bolsas con el símbolo del movimiento para tenerlas de recuerdo, fue algo que me tocó y me convenció".
El nuevo modo de vida es una conquista que transformó su vida, pero Helena tiene un sueño mayor en este momento. "La libertad de Lula", responde, sin dudar. "Vea como está el país, 60 millones de desempleados, sin visión de futuro. Sólo Lula puede traer de vuelta una mejoría, una alegría a las personas. Yo conquisté mucho en tiempos de él, eso tiene de volver", pondera.
Edición: Luiz Felipe Albuquerque | Traducción: Pilar Troya