Durante esta semana, 20 agricultorxs de Guatemala, Chile, El Salvador y Honduras visitaron áreas de producción agroecológica en regiones semiáridas de los estados brasileños de Paraíba y Pernambuco. Esta fue la segunda etapa del Intercambio entre Agricultores y Agricultoras de Regiones Áridas y Semiáridas del Mundo. La actividad, organizada por la Articulación Semiárido Brasileño (ASA), en conjunto con la Organización de las Naciones Unidas para Alimentación y Agricultura (FAO), tiene el objetivo de promover intercambios de experiencias, técnicas y saberes entre agricultores y agricultoras de países de América Latina, África y Europa, que poseen regiones con clima, cantidad de lluvias y ecosistemas similares.
En abril de este año, 13 agricultores y agricultoras, de los 10 estados que componen el semiárido brasileño, visitaron experiencias en El Salvador y Guatemala, países de América Central que, junto con Honduras y Nicaragua, forman el Corredor Seco de América Central. La región tiene semejanzas con el Semiárido no solo geográficas, sino también en las diversas formas y métodos que las organizaciones campesinas crean y perfeccionan para producir alimento para el ganado, aumentar la siembra, y lo más importante, almacenar agua de lluvia para el consumo, de forma que se evite su escasez.
Una de las experiencias que encantó al equipo de visitantes queda en la comunidad Carrasco, zona rural de la ciudad de Esperanza, que forma parte del Pólo de Borborema, en el interior del estado de Paraíba. Lia y Miguel tuvieron ocho hijos, pero solo tres, Delfino, Jacira y Almir, decidieron desde muy temprano quedarse en la tierra y continuar produciendo. Delfino Oliveira decidió quedarse para continuar el trabajo de sus padres y por ver en la producción de alimentos una forma de conciliar bienestar y trabajo. Denise, su esposa, es de la ciudad de Ipojuca, en la región metropolitana de Pernambuco y decidió que también trabajaría en la agricultura. “Mi padre es de Pernambuco y mi madre de aquí, como mi padre murió, vinimos para acá hace unos 10 años”. Los dos jóvenes se dividen las actividades de siembra, cuidado de animales, procesamiento y venta de los productos.
Dando continuidad al trabajo de sus padres, Delfino y Denise expandieron y aumentaron la variedad de la producción accediendo a una serie de políticas públicas, como el Programa Un Millón de Cisternas (P1MC), el Fondo Rotativo Solidario, el Programa de Adquisición de Alimentos (PAA) y el Programa Nacional de Alimentación Escolar (PNAE), que destina alimentos libres de agrotóxicos y provenientes de la agricultura familiar para escuelas públicas.
Con la contribución de esos programas, fue posible construir una cisterna con capacidad de 52 mil litros, que garantiza la producción el año entero, un biodigestor que transforma estiércol de animales en gas de cocina, que logró que la familia disminuya mucho el gasto en botellones de gas, que ahora compran apenas una vez al año como reserva, en caso de que los métodos alternativos fallen, lo que en tres años nunca sucedió. Tienen también un fogón a leña ecológico, de albañilería, con un mecanismo que evita que el humo se quede dentro de la casa; utilizan solo madera excedente de otras actividades de la propiedad, evitando así la deforestación y contribuyendo a la alimentación propia y a la transformación de la materia prima producida por la familia en productos procesados.
En apenas 2,5 hectáreas de un terreno empinado y con poco índice de lluvias, producen frijol, maíz, yuca, naranja, cajá, guanábana, lechuga, col y plantas medicinales, pero también hacen otros productos a partir de eso. “Además de las frutas, hacemos pulpas y miel con dos variedades de abejas, la uruçu, sin aguijón, y la italiana. Conseguimos nuestro sustento todo de aquí, nadie trabaja fuera”, refuerza la agricultora. Con la variedad de la producción, las ganancias han servido para comprar más lotes de tierra y ampliar la siembra. La producción, basada en la policultura, sin uso de agrotóxicos o transgénicos y vendida a ciudades de la región viene siendo amenazado por el agronegocio, pero la familia resiste. “El dueño de las tierras de aquí al lado es un terrateniente. El está destruyendo el bosque nativo para plantar pasto transgénico y con veneno. Derriba todo el bosque nativo, causa inundaciones que se llevan los nutrientes de la tierra. Eso perjudica la fertilidad del todo el suelo, inclusive del nuestro. Pero aún así conseguimos producir durante los períodos de sequía y ellos no”.
Además de eso, los recortes en las inversiones destinadas a la agricultura familiar disminuyeron los ingresos. Con el PNAE, Delfino y Denise ya llegaron a ganar cerca de 8000,00 reales (US$ 2063) por semestre, pero este año la ganancia disminuyó a 3500,00 reales (US$ 903).
Los problemas no los desanimaron de continuar produciendo y resistiendo. Desde la siembra hasta la venta de los alimentos, todo es hecho por el grupo, lo que garantiza precios bajos y confianza con los clientes, que saben la procedencia de todo que venden en las ferias agroecológicas organizadas en 12 ciudades de la región por la Asociación de Agricultores y Agricultoras Agroecológicos, la EcoBorborema. Todos los alimentos vendidos en las ferias son certificados y eso genera un clima de credibilidad, no solo con los consumidores, sino también con órganos institucionales. Denise, que va a la feria constantemente observa quienes son sus clientes. “No vendemos sólo en la feria, hay vecinos que vienen caminando de las chacras vecinas para comprar en la nuestra. Otra cosa es que en la feria muchos agricultores que plantan con veneno no comen la propia producción, ahí acaban comprando lo nuestro porque saben que es agroecológico”. Con la Asociación, la feria que tiene lugar todos los viernes en el centro de la ciudad ha quebrado mitos, como el de que el precio de los alimentos agroecológicos es mayor que el de los convencionales, lo que no procede, ya que no hay intermediarios o reventa de productos y todo es vendido en la propia región, sin dificultades de transporte, resultando en precios iguales o hasta más bajos con relación a los alimentos producidos con veneno.
A partir del intercambio de experiencias con agricultores y agricultoras, la práctica de Delfino y Denise se ha vuelto un ejemplo en la región de cómo los jóvenes pueden tener una alternativa al éxodo rural y al agro negocio, produciendo alimentos saludables y con gran flujo en las ferias agroecológicas. Cuando se le pregunta si dejaría la producción para vivir en la ciudad o trabajar como asalariado rural, Delfino responde “Nací y me crié aquí, fue naturalmente. No salgo de aquí porque es la forma de valorar todo lo que mis padres hicieron y también de producir alimentos saludables no sólo para nosotros, sino también para quien los compra”.
*La reportera viajó por invitación de la Articulación Semiárido Brasileiro (ASA).
Edición: Monyse Ravenna | Traducción: Pilar Troya